Luke A. Nichter: “Lo que más podría afectar a Biden sería que Bush y Obama sugirieran que es mejor que no volviera a presentarse”

La actual carrera presidencial no es la única con polémicas en torno a candidatos, enemigos acérrimos y “campañas salvajes” en la historia de Estados Unidos. Así lo cree Luke A. Nichter, titular de la Cátedra James H. Cavanaugh de Estudios Presidenciales en la Universidad Chapman y autor de un libro centrado en otra lucha descarnada por el poder en 1968.

Y si bien asegura a La Tercera que esta es única, aconseja mirar antiguas experiencias sobre elecciones presidenciales antes de tomar una decisión. Por ejemplo, cree que si se baja Joe Biden, “sería muy difícil, si no imposible, que un nuevo candidato una a todas las facciones del Partido Demócrata”.

¿Cómo ve el presente del mandatario demócrata tras los cuestionamientos a su idoneidad para la reelección?

El Presidente Biden no está defendiendo su actuación en un único debate, ni siquiera su mandato de cuatro años. Lo que está en juego es mucho más importante de lo que pensamos. Está defendiendo medio siglo de vida política. No permitirá que este último capítulo defina toda su carrera. Tiene el deber de defender la presidencia y llevar a cabo la agenda que se le encomendó. Salvo en caso de impugnación y destitución, nadie puede arrebatárselo, a menos que renuncie a ello voluntariamente. No creo que a Biden le preocupe lo que digan ahora los medios de comunicación, ni lo que digan algunos expertos políticos o críticos, incluso de su propio partido. Quizá le preocupen más algunos donantes que podrían cerrar sus chequeras. Lo que más podría afectarle sería que los expresidentes George W. Bush y Barack Obama sugirieran que lo mejor para la presidencia y para la nación sería que Biden no volviera a presentarse. Esa preocupación podría motivar una sesión estratégica de la familia Biden en Camp David. Pero estos presidentes vivos también estarían muy preocupados por sentar accidentalmente el precedente de que todo lo que se necesita para derrocar a un futuro presidente es un cierto umbral de indignación fabricada.

Joe Biden llega a una iglesia católica para asistir a misa en Wilmington, Delaware, el 6 de julio de 2024. Foto: Reuters

¿Cree que está efectivamente con sus capacidades limitadas, o está amplificado?

Hice comentarios tras el debate para cuatro medios de comunicación de todo el espectro político, desde liberales a conservadores. No fue uno popular. Creo que la actuación del Presidente Biden en el debate fue una de sus mejores actuaciones recientes. Los que piden que reconsidere su campaña de reelección o bien nunca lo han aceptado plenamente como presidente o no han sido conscientes de su fragilidad. Desde luego, su actuación ha sido mejor que la de los videos editados selectivamente por los medios de comunicación de derecha en los últimos tres años. También debemos reconocer que el envejecimiento es una cuestión personal delicada.

¿Hubo algún presidente cuestionado por su edad o su condición física? Reagan salió de la Casa Blanca a los 77, y Biden lo haría a los 86 si es reelecto.

Me vienen a la mente Ronald Reagan y Lyndon Johnson. Aún no sabemos hasta qué punto su salud influyó en sus últimos años de mandato o, en el caso de Johnson, si su salud fue la razón por la que decidió no volver a presentarse en 1968. Ese año solo tenía 60. La gente es activa y trabaja hasta mucho más vieja, ya sea porque lo prefiere o porque lo necesita. El hecho de que tanto el historial médico de Reagan como el de Johnson permanezcan inaccesibles para su investigación en las bibliotecas presidenciales sugiere que no es probable que conozcamos pronto toda la verdad sobre Biden.

El presidente Joe Biden y el expresidente Barack Obama se dan la mano después de un mitin de campaña de candidatos demócratas al Congreso, el 5 de noviembre de 2022, en Filadelfia. Foto: Archivo

En la historia estadounidense, ¿ha sido la edad o, en el caso de Trump, los problemas legales, un factor recurrente cuando se trata de las elecciones presidenciales?

Muchas cosas de la actual campaña presidencial no tienen precedentes. La mayoría de nosotros observamos la política desde los asientos baratos, una especie de teatro kabuki que no nos dice cómo funciona realmente entre bastidores. Cuanto más candente es el momento político, peor es nuestro juicio. Si los ciclos de la historia se mantienen a lo largo de estas elecciones, no le encontraremos sentido antes de que acaben y entonces nuestra atención se habrá desviado hacia otros temas. Si tardamos 55 años en encontrarle sentido a la última vez que tuvimos una campaña tan salvaje, en 1968, historia que cuento en mi libro, The Year That Broke Politics: Chaos and Collusion in the Presidential Election of 1968, creo que tardaremos al menos el mismo tiempo en encontrarle sentido a 2024. Y para entonces, al igual que ocurre hoy con 1968, los acontecimientos de 2024 podrían parecer pintorescos para los que miren hacia atrás en el futuro.

Portada del libro de Luke A. Nichter, «The Year That Broke Politics: Chaos and Collusion in the Presidential Election of 1968».

¿Ha ocurrido alguna vez que un Presidente en funciones renuncie a la reelección bajo presiones mediáticas y/o del partido?

El paralelismo más cercano es Lyndon Johnson en 1968, y hasta cierto punto Harry Truman en 1952. En el período previo a las elecciones presidenciales de 1968, Johnson se vio presionado por el ala izquierda de su partido, las élites y los medios de comunicación para que no se presentara a la reelección. Johnson, posiblemente el líder de la mayoría del Senado más trabajador de la historia moderna de EE.UU., llevó esa misma ética de trabajo a la Casa Blanca, donde completó no solo el legado inacabado de John F. Kennedy, sino también el de su mentor, Franklin D. Roosevelt. Sin embargo, LBJ nunca fue plenamente aceptado como presidente por su propio partido. Criticado también por los republicanos, liderados por su viejo némesis Richard Nixon, Johnson se enfrentó a una difícil elección cuando se acercaban los comicios de 1968. Ese año, Johnson pidió a sus ayudantes que estudiaran cómo se retiró Harry Truman, el 29 de marzo de 1952. LBJ era consciente del precedente histórico cuando finalmente se retiró durante un discurso televisado a nivel nacional el 31 de marzo de 1968. Biden, nacido en 1942 y, por tanto, lo bastante mayor para recordar cómo lo hicieron dos de sus héroes políticos, seguramente también es consciente del precedente.

Lyndon Johnson jura como nuevo presidente de Estados Unidos, el 22 de noviembre de 1963, solo horas después del asesinato de John F. Kennedy. Foto: Archivo

En el escenario de que Biden no renuncie, ¿se ha desechado antes de la Convención Nacional a un candidato presidencial que cuenta con el respaldo de las primarias?

No se ha descartado a ningún presidente en funciones como se está haciendo ahora con Biden. Gran parte de lo que ocurre en Washington no obedece a motivos políticos o partidistas, sino a razones egoístas y personales. Un ataque del otro bando puede unir al tuyo; un ataque desde dentro de tu equipo puede causar una división duradera.

Actualmente, el mandatario se enfrenta a mucha presión de distintos frentes. ¿Cómo ve que ha enfrentado la situación?

A menos que haya algo mucho peor sobre la salud de Biden que no sepamos, no creo que renuncie. Sin embargo, consideremos otro camino: decide no presentarse. Será como si no solo hubiera decidido no volver a presentarse, sino que, de hecho, hubiera dimitido antes del final de su actual mandato. Tras la retirada, la emoción se traslada a los aspirantes. Biden sufrirá inmediatamente deserciones: de su gabinete, de posibles candidatos del partido e incluso de empleados que se pasan a otros por el deseo de trabajar en la próxima administración. Su decisión de retirarse podría sumir a su partido en la confusión, incluso en una cuasi guerra civil, como ocurrió en 1968, cuando millones de personas vieron por televisión el caos de la Convención Nacional Demócrata de Chicago desde sus casas. La violencia en las calles fuera del Anfiteatro Internacional, a la que se unió la policía del alcalde Richard Daley, supuso la perdición para los demócratas. Sin embargo, en 2024, los demócratas volverán a Chicago para lo que podría ser una convención muy animada. La consiguiente guerra civil entre los demócratas podría poner de manifiesto las profundas diferencias entre las facciones de Clinton, Obama y Biden en el partido, que han sido cuidadosamente contenidas bajo la superficie. Si las encuestas muestran que Trump tiene una ligera ventaja sobre Biden al día de hoy, podría tener una ventaja aún mayor si Biden es sustituido. Esto se debe a que los demócratas se dividirían aún más, o al menos se verían obligados a tomar partido. Sería muy difícil, si no imposible, que un nuevo candidato una a todas las facciones del Partido Demócrata.

El presidente estadounidense Joe Biden y la vicepresidenta Kamala Harris levantan la mano durante una celebración del día de la Independencia en Washington, el 4 de julio de 2024. Foto: Reuters

¿Quién sería la opción lógica para reemplazar a Biden si decidiera bajarse de la carrera presidencial?

La sustituta más obvia es la vicepresidenta Kamala Harris, no porque sea la opción más fuerte, sino porque sería la que tendría menos dificultades para organizar una campaña y podría permitir a Biden salvar un poco más la honra. Ella heredaría la organización de la campaña, la red nacional y las posiciones políticas de Biden. Sin embargo, si Biden es apartado, el demócrata que se presente en su lugar estará bajo presión para no mostrarse como un sustituto de Biden, sino como el anti-Biden. Puede parecer una sugerencia muy extraña. El sustituto de Biden estará desesperado por obtener el respaldo de Biden, al tiempo que se verá presionado para diferenciarse de él.

¿Qué cabría esperar de la carrera presidencial en los próximos meses, considerando las experiencias del pasado?

Esta es una historia que se mueve rápidamente, con mucho tiempo hasta noviembre. Lo más probable es que los demócratas se queden con Biden y los republicanos con Trump, aunque muchos en ambos bandos preferirían a otra persona. Los políticos son conservadores por naturaleza, en el sentido de que tienen aversión al riesgo. Si se puede derrocar al líder de un partido, se podría sentar un precedente importante. Creo que Trump está posicionado para ganar en 2024, y los demócratas para ganar en 2028. Incluso, los partidarios de Trump, que piensan que será todopoderoso en un segundo mandato, después de sobrevivir a la destitución, sus desafíos legales y volver a tomar la Casa Blanca, están equivocados. No será todopoderoso. Si gana, el poder empezará a agotarse en ese momento, porque nunca volverá a enfrentarse a los votantes. La conversación sobre 2028 comenzará inmediatamente, con ambos partidos mirando al futuro, y el impulso volverá a los demócratas.

Fuente: La Tercera